LA HABANA, 25 de enero.– Una imponente torre de 150 metros de altura y 542 habitaciones en la intersección de las calles 23 y K, en La Habana, se ha convertido en el centro de críticas en medio de una severa crisis económica que afecta a la isla. El nuevo hotel, gestionado por la cadena española Iberostar, representa una inversión millonaria del Estado cubano que muchos consideran innecesaria ante las urgentes carencias sociales.
El establecimiento, parte de un plan que en los últimos cinco años ha levantado una docena de hoteles de lujo en Cuba, es visto por los ciudadanos como un símbolo de la desconexión entre las prioridades estatales y las necesidades de la población. “Con el gasto tan grande pudieron haber sido construidos hospitales, escuelas que están desbaratadas”, lamentó Susel Borges, una joven artesana entrevistada frente al edificio.
Un turismo en caída libre
La construcción del hotel se inició en 2015, cuando el turismo en Cuba vivía un auge debido al acercamiento diplomático con Estados Unidos durante la administración de Barack Obama. Sin embargo, en 2024, el turismo reportó cifras desalentadoras: 2,2 millones de visitantes, lejos de los 4,2 millones alcanzados en 2019. Según las autoridades, factores como la crisis energética, la falta de insumos y la escasez de personal han afectado gravemente al sector.
La tasa de ocupación hotelera apenas llegó al 35,5% en el primer trimestre de 2024, lo que ha llevado a expertos como el economista Pedro Monreal a cuestionar la rentabilidad de estos proyectos y su impacto en la economía nacional. “Es incongruente invertir en hoteles mientras otras áreas estratégicas, como la agricultura o la salud, permanecen desatendidas”, afirmó Monreal.
Críticas desde la ciudadanía y los expertos
La construcción del “K y 23”, como los habaneros llaman al nuevo hotel, ha generado malestar entre los residentes, quienes enfrentan apagones frecuentes, desabastecimiento de alimentos y un deterioro generalizado de la infraestructura urbana. “Los edificios de vivienda en La Habana se están cayendo”, denunció Dayensi Quezada, una estudiante de 19 años.
Incluso los arquitectos han alzado la voz contra el proyecto. Abel Tablada, arquitecto y profesor universitario, calificó el diseño del hotel como un ejemplo de “lo que no se debe hacer” en términos bioclimáticos. Criticó la altura que sobrepasa las regulaciones urbanas y el uso de vidrio, poco adecuado para el clima tropical. “Es imperdonable que el poco dinero disponible se haya destinado a un edificio que no aporta valor a la ciudad”, concluyó.
Una decisión cuestionada
El hotel es administrado por GAESA, una corporación del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias que gestiona gran parte del sector turístico en Cuba. Su opacidad en el manejo de recursos ha sido blanco de críticas, ya que no se han revelado los costos exactos de la inversión ni los planes para garantizar su rentabilidad en un contexto tan adverso.
Mientras el gigante de cristal se erige en el centro de La Habana, simbolizando la apuesta del gobierno por el turismo de lujo, la población sigue enfrentando carencias básicas, dejando en el aire una pregunta recurrente: ¿era esta la inversión que más necesitaba Cuba?