TOKIO, 20 de enero.- Japón, un país con una de las esperanzas de vida más altas y reconocido por su avanzada tecnología, enfrenta una crisis silenciosa que afecta a su población más vulnerable: los ancianos. El aislamiento social y la pobreza extrema han llevado a muchos mayores a cometer delitos menores con el fin de ser encarcelados, donde encuentran estabilidad, atención médica y compañía que no pueden conseguir en el exterior. Esta alarmante situación refleja los profundos problemas estructurales de una sociedad que envejece rápidamente.

El caso de Akiyo, una mujer de 81 años, es un ejemplo de esta realidad. En una entrevista con CNN, Akiyo confesó que robó alimentos con la esperanza de ser encarcelada, ya que en prisión recibe comidas regulares, atención sanitaria y una sensación de pertenencia que no encuentra fuera. “Quizá esta vida sea la más estable para mí”, aseguró. Su historia no es única. Cada vez más ancianos recurren a delitos como el hurto para escapar de la pobreza y el abandono social.

La prisión de mujeres de Tochigi, al norte de Tokio, ejemplifica esta crisis. En sus pasillos de paredes rosadas, una de cada cinco internas tiene más de 65 años. Esta tendencia es un reflejo del envejecimiento de la población japonesa y la insuficiencia de su sistema de bienestar social, que no puede cubrir las necesidades básicas de sus ciudadanos mayores.

La pobreza como detonante del encarcelamiento

Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el 20% de los japoneses mayores de 65 años vive en pobreza, una cifra alarmantemente superior al promedio del 14.2% entre los países miembros. Muchas de estas personas no pueden cubrir con su pensión mensual necesidades básicas como alimentos, medicamentos y vivienda.

Akiyo relató que robó comida porque solo le quedaban menos de $40 para sobrevivir hasta su próximo pago de pensión. Su caso refleja la desesperación de muchos ancianos en Japón, que no tienen acceso a una vida digna fuera del sistema penitenciario.

En 2022, más del 80% de los delitos cometidos por mujeres mayores en Japón fueron hurtos, y muchos de estos delitos son reincidentes. Esta tendencia perpetúa un ciclo de pobreza y encarcelamiento que es difícil de romper.

Prisión como refugio inesperado

Para algunos ancianos, la vida en prisión es preferible a la libertad. Las prisiones japonesas ofrecen cuidados médicos, tres comidas diarias y un entorno social que muchos de estos ancianos no encuentran en su vida cotidiana. Este fenómeno ha provocado que las prisiones se conviertan en un refugio para quienes no tienen otra opción.

Yoko, una interna de 51 años, comentó que cada vez que regresa a prisión, nota que la población de internos está envejeciendo. “Algunas personas hacen cosas malas a propósito para que las atrapen y puedan volver aquí”, explicó. Este testimonio subraya cómo el sistema penitenciario se ha transformado en un lugar de refugio para quienes carecen de apoyo social y económico.

Un desafío para el sistema penitenciario

El aumento del número de ancianos en prisión plantea nuevos retos para las autoridades penitenciarias. Los guardias y el personal deben realizar tareas que van más allá de las funciones de seguridad, como cambiar pañales, bañar y alimentar a los internos mayores. La oficial Megumi, entrevistada por CNN, comentó que las prisiones ahora se asemejan más a un hogar de ancianos que a un centro penitenciario.

Además, la reincidencia de los ancianos en el sistema penitenciario está vinculada a la falta de apoyo después de su liberación. Muchos exconvictos no tienen familia o están rechazados por esta debido a sus antecedentes penales. Akiyo, quien fue liberada en octubre de 2024, confesó su temor a enfrentar a su hijo, quien le había dicho: “Ojalá desaparezcas”.

Esfuerzos insuficientes para abordar la crisis

Japón ha implementado algunos programas para abordar este problema, como iniciativas de reintegración social, apoyo comunitario y beneficios de vivienda. Sin embargo, estas iniciativas han tenido un alcance limitado y los recursos disponibles son insuficientes para cubrir la creciente demanda de la población envejecida. El sistema de bienestar social japonés necesita reformas profundas para garantizar que los ancianos no tengan que recurrir al encarcelamiento para sobrevivir.

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