Montreal, 29 de julio. Mientras el presidente estadounidense Donald Trump continúa invocando a Dios en sus discursos y gestos simbólicos —como posar con una Biblia frente a una iglesia vandalizada—, el primer ministro canadiense Mark Carney se distancia abiertamente de ese estilo. En su discurso de victoria no mencionó a Dios ni una sola vez. Su mensaje fue breve, secular y patriótico: “Canadá para siempre. Vive le Canada”.

La marcada diferencia entre ambos líderes refleja una brecha cultural profunda en torno al papel de la religión en la vida pública de sus países. Mientras que en Estados Unidos la fe —particularmente la cristiana evangélica— es una herramienta política frecuente, en Canadá la religión se mantiene en un segundo plano.


En Canadá, la religión se practica en privado

Aunque Mark Carney es católico, apoya el derecho al aborto y evita referirse a su fe en público. Este comportamiento no es casual: responde a una norma cultural en la política canadiense donde hablar abiertamente de creencias religiosas puede ser visto como divisor o inapropiado.

A diferencia de Estados Unidos —donde líderes como Mike Johnson, presidente de la Cámara de Representantes, se describen como “bíblicos” y Trump recibe oraciones en la Oficina Oval— en Canadá tales demostraciones serían rechazadas por la mayoría del electorado.

“Los políticos aquí entienden que hacer una declaración religiosa puede polarizar. Prefieren el silencio”, explicó Kevin Kee, profesor en la Universidad de Ottawa.


Quebec: de bastión católico a símbolo del secularismo

La transformación más radical ocurrió en Quebec, donde durante décadas la Iglesia Católica dominó escuelas, hospitales y decisiones políticas. Todo cambió en los años 60 con la Revolución Tranquila, cuando el Estado provincial asumió esas funciones, reduciendo significativamente la influencia del clero.

Hoy, muchos edificios religiosos en Montreal están abandonados o han sido reutilizados: antiguos templos se convirtieron en restaurantes comunitarios, como Le Chic Resto Pop, que ahora ofrece comidas económicas a cientos de personas al día.

“El altar es ahora una cocina”, comenta su gerente, Marc-Andre Simard. “Lo que nos une ya no es la misa, sino compartir alimentos”.


Minorías religiosas: entre la fe y la marginalidad

Pese al clima secular, hay quienes mantienen una fuerte fe cristiana y se sienten excluidos. Mégane Arès-Dubé, de 22 años, expresó: “Me siento aislada. Aquí ser cristiano no tiene representación política”.

El pastor Pascal Denault, de una iglesia bautista reformada en Saint Jerome, lamenta que la religión sea vista como algo a silenciar. “El secularismo a veces se comporta como una religión más. No busca diálogo, sino excluir”, señala.

Sin embargo, Denault también reconoce los excesos del pasado: “Antes, en Quebec, el clero lo controlaba todo. Había que cambiar eso”.


Estados Unidos: una fe que compite por el poder

La historia explica parte de esta divergencia. En EE.UU., la separación de iglesia y Estado dio paso a una competencia libre entre grupos religiosos que buscaban influencia política. En Canadá, por el contrario, las iglesias establecidas dominaron durante décadas, hasta que la secularización barrió con su poder.

“En Estados Unidos, la religión se volvió un actor dinámico y dominante. En Canadá, simplemente perdió peso”, analizó Darren Dochuk, historiador en Notre Dame.

Hoy, los evangélicos estadounidenses tienen una influencia considerable en Washington. Mientras tanto, en Canadá, la política de fe es más bien multicultural y simbólica: se visitan mezquitas, templos y sinagogas en gestos de inclusión, no de doctrina.


Una identidad canadiense reforzada por la diferencia

Cuando Trump sugirió que Canadá podría ser el “estado 51”, muchos canadienses sintieron que esa declaración fortalecía su identidad nacional. Lejos de provocar simpatía por el modelo estadounidense, generó unidad en defensa del modelo canadiense.

“Miramos lo que ocurre en Estados Unidos y decimos: no queremos eso aquí”, resumió Carmen Celestini, profesora en la Universidad de Waterloo.

Así, mientras el sur del continente sigue ligado a un discurso religioso influyente en las urnas, Canadá apuesta por una política donde la fe se respeta, pero no se impone. Una diferencia que podría marcar el rumbo de ambos países en las próximas décadas.

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